Las olas no duermen, siempre andan despiertas, alerta. Sabía cogerlas desprevenidas cuando la marea bajaba, acariciándolas, siendo parte de ellas. Reía con esa maravilla.
Luego supe que eran olas. Y las olas no tienen recuerdos. Por eso huía más tarde, cuando había marejada. Se ponían agresivas, parecía que no me recordaban.
Insistía a diario. Me acercaba a la playa tratando de entender qué mal les había hecho para que se avalanzaran sobre mí en horas concretas del dia, y su respuesta era siempre la misma: buscar con fuerza la orilla y morir tras ello, exhaustas.
Conocí las lunas, estudié las mareas. Conecté con el mar y, contemplaba la luna reflejada en el agua.
A pesar de todo, nunca conseguí hacerme amiga de las olas.
23 octubre, 2014
Olas bipolares
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