Habían momentos en los cuales me temía a mi misma.
Me asustaba estar tan segura de lo que hacía, porque eso significaba que tarde o temprano iba a fallar. Y me habría gustado equivocarme. Pero incluso cuando fallé, no tuve que esperarla. Mi sonrisa, mi confidente llegó a mi rostro sin tardar mucho. De hecho, nunca lo hacía. Lloraba riéndome. Reía llorando.
No creas que fue fácil, me mentí muchas veces para poder seguir adelante cada vez que me ocurría algo así.
Al fin y al cabo todo no era como me lo habían contado. El camino de rosas era una realidad que había quedado atrás, que me había creído hasta un cierto punto de mi vida. A veces era mejor vivir en una burbuja, alejada de todo y de todos. Pero cuando volvía a la realidad, era duro tener que aceptarlo.
No me rendí. Supuse que nada era fácil, pero tampoco imposible. Simplemente me haría a la idea de que ya vendría algo mejor, pronto. Lucharía por encontrar el camino adecuado dentro de tanta duda. Esperaría lo que hiciera falta, aunque me volviera loca día a día preguntándome cuál era la respuesta a mi pregunta.
Esa era mi realidad y mi preocupación entonces. Jamás iba a quedarme atrás. No renunciaría a lo que viniera.
Con tal de estar aquí, allí. En algún lugar.
Contigo, o sin ti....
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